Estonbleiz™
CAPÍTULO 1: ESTONBLEIZ
El reino de Estonbleiz se encuentra al suroeste del continente de Nujóm. Un castillo enteramente hecho de obsidiana, venido a menos con el paso de los años, se alza sobre una alta plataforma rocosa, a los pies del volcán más grande e imponente de todo el continente: el Magmápyro.
Apenas quedan registros de la última vez que se escuchó su rugir y la tierra tembló ante su inmenso poder. Inactivo y en reposo, pero no por eso menos intimidante, el Magmápyro se encuentra en la región norte de Estonbleiz, un reino construido para vivir entre ríos de lava, soportar inmensas temperaturas y disipar los gases de azufre que alguna vez emitió el volcán.
Uno de los grandes regalos del Magmápyro fue la obsidiana bléizica: una roca ígnea de color ocre ambarado, con la capacidad de almacenar grandes cantidades de energía térmica y una resistencia inigualable al impacto, aunque cada vez más escasa debido a la inactividad del volcán.
Los romperoca de Estonbleiz recolectan la obsidiana bléizica, y sus escultores más experimentados la emplean en la elaboración de finas armas que expulsan fuego de sus hojas, así como en edificaciones capaces de soportar elevadas temperaturas, absorber y almacenar toda la energía térmica que estas les entregan.
Estonbleiz también posee un fenómeno muy particular del que se encargan los cavatierra. A largas distancias bajo tierra se hallan piedras preciosas y minerales de una pureza increíble, aunque la gran mayoría aparece cerca o incluso incrustada en esqueletos de aspecto humano, con extraños signos de quemaduras en distintas partes. Esto ha dado lugar a leyendas y cuentos sobre guerreros de cristal con alma de fuego en épocas inmemoriales, pero no son más que historias transmitidas de boca en boca, de generación en generación.
El actual rey, Piritio Imposto, desciende del linaje de los Imposto, que reinan Estonbleiz desde hace siglos. Es difícil saber con exactitud cuántos, pues en algún punto se perdieron todos los registros históricos en un enorme incendio… o al menos eso es lo que se dice en la actualidad.
Magmápia es la ciudad capital, donde se encuentran el Magmápyro y el castillo de obsidiana. Su arquitectura, tallada en piedra volcánica, está llena de detalles en obsidiana bléizica, y sus principales asentamientos se alzan sobre enormes columnas para encauzar los ríos de lava que alguna vez corrieron por allí. Si bien en Magmápia se extrae y trabaja la mayoría de los cristales y minerales, las regiones comerciales de Estonbleiz —como Rubirad y Bérilum— se encuentran hacia el este, donde es más habitual encontrar viajeros, aventureros y comerciantes de los reinos vecinos de Fahridor y Goldinfeit.
Hacia la costa oeste se extienden las regiones de Forsforo y Sulufur, conformadas por granjas y pequeñas aldeas pesqueras que proveen de alimentos a todo el reino.
La reliquia más importante de todo rey de Estonbleiz, portador de las llamas, es la Piedra Magmápyra, pasada de generación en generación. Se sabe que Magmápia fue construida en medio de ríos de lava, cuando el Magmápyro era un volcán de gran actividad. Cuentan los bardos que la Piedra Magmápyra conecta al soberano con el espíritu del volcán y que, desde la llegada de los Imposto al trono, cada rey utiliza su poder para mantener al volcán inactivo y así preservar la paz en el reino y sus alrededores… aunque no todos están de acuerdo con esa historia.
CAPÍTULO 2: LOS APÓSTOLES DE LAS LLAMAS
Era el quinto cuerpo que aparecía en medio de la plaza principal, con quemaduras y marcas de tortura.
Los profetas comenzaban a pregonar a viva voz tramas de herejía y reyes indignos: “El fuego quemará a los impuros de a uno, y las llamas de Estonbleiz volverán a arder cuando el legítimo portador de las llamas ocupe el trono de obsidiana.”
La situación en Magmápia era tensa, y las noticias ya empezaban a llegar a todos los rincones del reino, así como al resto de Nujóm.
Cada vez más personas desaparecían, casi de un momento a otro, y ya no solo en Estonbleiz, sino también en los reinos vecinos.
Piritio ordenó a la guardia de obsidiana duplicar su custodia personal y reforzar la seguridad en distintos puntos estratégicos del reino. No podía permitir lo que estaba sucediendo ni que su nombre y el de Estonbleiz se vieran desprestigiados. Mandó encerrar a todo aquel que osara pregonar falsas profecías o ensuciar públicamente la figura del rey.
Lejos de mejorar la situación, aquello la empeoró significativamente. Los Apóstoles de las Llamas decidieron salir de las sombras, dispuestos a cumplir con su misión: acabar con el legado de reyes impostores, encontrar al verdadero portador de las llamas, devolver a la vida al Magmápyro y hacer resurgir al ejército de cristal para dominar todo Nujóm, como —según ellos— siempre debió ser.
CAPÍTULO 3: IGNO ARCTURUS TARREGHON
Lo sintió en su pecho: un vacío repentino lo dejó sin aire y con la mirada perdida por un instante. Su caballo seguía al galope, casi a punto de llegar a la frontera con Goldinfeit. Se aferró a las riendas como pudo, hasta que de golpe volvió en sí.
Su padre había muerto. De eso no le quedaban dudas. Su conexión era única y ya no estaba, no la sentía. Una hoguera comenzó a arder en su interior. Ese vacío ya no era vacío: era odio, era ira, era necesidad de poder, necesidad de venganza.
Esa misma mañana, Igno había estado con su padre, Narcisus Tarreghon, en Blodkhail, el castillo de Fahridor. Su madre había muerto cuando él era niño, y su padre, actual rey de Fahridor, era la única familia que le quedaba.
El día marchaba con normalidad hasta que sonó el cuerno de alarma. Algo no andaba bien: Blodkhail estaba bajo ataque. Ante la situación, Narcisus le ordenó a Igno escapar en su caballo pura sangre fahridorés rumbo a Arca Eidal, en Goldinfeit, para ocultarse y mantenerse a salvo mientras se resolvía el ataque. Allí nadie lo conocía ni lo buscaría, y podría regresar cuando todo en Blodkhail se hubiese calmado.
Ya podía ver el arco de la entrada sur de Arca Eidal, custodiado como era habitual por los centinelas. Dejó a Centella, su caballo, atado a una distancia prudente de la entrada para no levantar sospechas, pues no era común ver un pura sangre fahridorés en esas tierras. Generalmente estaban reservados para la realeza de Fahridor, por ser una de las razas más escasas y difíciles de criar.
Ingresó en Arca Eidal con ropajes discretos y se quedó en la posada Las Cinco Garras para pasar la noche. Intentaba mantener la compostura y calmar la furia por lo que estaba sucediendo, aunque no le resultó nada fácil conciliar el sueño.
La mañana siguiente no comenzó de la mejor manera. Los pasos de los centinelas y los protectores retumbaban por la ciudad como tambores de guerra. Evidentemente, las noticias habían llegado a Goldinfeit más rápido que una flecha en pleno vuelo.
Igno bajó al salón principal de Las Cinco Garras y se dispuso a preguntar por qué tanto revuelo, fingiendo absoluta sorpresa mientras intentaba contener el fuego que ardía en su interior. La posadera le contó que el tirano Narcisus de Fahridor por fin había caído —escupió al suelo al mencionar su nombre— y que en las afueras de la ciudad habían encontrado un pura sangre fahridorés. Sospechaban que el hijo del indigno usurpador de Fahridor podría haber buscado refugio en Arca Eidal, ya que no se supo nada de él después del ataque.
Cada palabra alimentaba el odio y la ira que Igno sentía, aunque trataba de disimularlo. Sabía que no haber nacido en Fahridor ni tener acento ni aspecto fahridorés le daba apenas una leve ventaja antes de ser descubierto. Y quién sabía qué harían con él al encontrarlo… El rey Paladio de Goldinfeit no sentía precisamente simpatía por él ni por su familia. Tenía que huir cuanto antes.
Agarró sus pertenencias y partió lo más rápido posible hacia las afueras de la ciudad, de la forma más discreta que pudo. La guardia estaba alerta y controlaba a toda persona que entraba o salía. Sin embargo, eso no le preocupaba tanto: nadie conocía realmente su aspecto, podía hacerse pasar por viajero, aventurero o comerciante. Logró evadir los controles, con el corazón latiendo en sus oídos, y se dirigió a los establos en las afueras de la ciudad para conseguir otro caballo, pues volver por Centella no era una opción.
Un rugido a sus espaldas lo detuvo en seco. Un enorme león proteo con armadura lo estaba acechando, montado por una garra de la guardia real. La seguridad de que ningún guardia pudiera identificarlo por su aspecto lo había hecho olvidar por completo la habilidad de rastreo de los leones proteos. Aunque, en su defensa, no era común encontrarlos en un día cualquiera en Arca Eidal.
—Igno Tarreghon, hijo de Narcisus Tarreghon, tirano de Fahridor, escoria de Nujóm —tronó la voz de la garra—. Serás escoltado a Santa Protea, donde tu destino será decidido por el rey Paladio de Goldinfeit.
Las palabras se clavaron una a una en su cuerpo como estacas. Había perdido a su padre, la única familia que le quedaba, y ahora Goldinfeit, un reino que lo detestaba, decidiría su destino. Se sentía indefenso, aplastado por una gran piedra, con la hoguera de su interior ardiendo cada vez más fuerte. Tenía la impresión de que, si abría la boca, empezaría a expulsar humo.
El león proteo lanzó otro rugido estruendoso y, ante un silbido de la garra, se lanzó al ataque. Estaba sobre Igno. Sus fauces gigantescas y zarpas afiladas eran aterradoras. Un zarpazo casi le arranca el ojo izquierdo. Igno estaba dispuesto a resistir: no quería estar a merced de un rey que odiaba a su familia ni acabar tirado en un calabozo el resto de sus días. Prefería la muerte antes que eso.
El calor de las llamas envolvió el lugar. Un grupo de cinco personas ataviadas con túnicas rojizas apareció en un abrir y cerrar de ojos. El león y la garra retrocedieron, espantados por una gran llamarada que los hizo tropezar. Con el corazón desbocado y la cara sangrando a borbotones, Igno sintió una mano sobre su hombro, seguida de un calor insoportable y un brillo cegador.
Cuando las llamas se disiparon, ya no estaba en las afueras de Arca Eidal. No había león, ni garra, ni establo. El olor a azufre era intenso, la luz tenue, y antorchas ardían en las paredes de piedra. Lo último que escuchó antes de desvanecerse fue:
—Renaced de las llamas o sucumbid ante ellas.
Luego, un grito desgarrador y una luz intensa lo envolvieron.
CAPÍTULO 4: EL PORTADOR DE LAS LLAMAS
A estas alturas, los apóstoles de las llamas habían tomado casi el control total de Magmápia. Habían convencido a la población de que Piritio y todo su linaje eran unos farsantes, que la Piedra Magmápyra que portaban era una copia, que los registros históricos se habían eliminado para evitar ser descubiertos en su engaño y que el Magmápyro permanecía inactivo porque no eran verdaderos portadores de las llamas.
Piritio se había atrincherado en el castillo de obsidiana con gran parte de su guardia para resguardarse, ya que no pudo dar pruebas a los ciudadanos de su poder con la Piedra Magmápyra, mientras que los apóstoles de las llamas no cesaban en su búsqueda.
Igno estaba en la cámara de lo que parecía una cueva. Había cinco altares de piedra en fila y, en cada uno, una persona apresada. Él era una de esas personas.
Una figura en túnica roja, sosteniendo una reluciente piedra anaranjada con unas pinzas, se acercó al primer altar de la derecha.
—Renaced de las llamas o sucumbid ante ellas —fue la frase que escuchó antes de que un calor abrasador invadiera su mejilla derecha, al mismo tiempo que unas llamas cegadoras consumían el cuerpo de la persona en el primer altar. Exactamente lo mismo sucedió con el siguiente. Ahora era su turno.
—Renaced de las llamas o sucumbid ante ellas —oyó una vez más, pero ahora la piedra se acercaba a su hombro completamente descubierto. A medida que se aproximaba, los recuerdos se apoderaban de él: la muerte de su padre, la vida que había dejado atrás, el ataque en Goldinfeit. Sus venas empezaron a arder, como si su sangre se hubiera transformado en lava. Gritaba, maldecía; el odio, la venganza y la ira se apoderaban de su ser.
Cuando la verdadera Piedra Magmápyra tocó su hombro, todo se silenció. Al sentir el ardor, de repente unos extraños símbolos encerrados en círculos concéntricos comenzaron a aparecer alrededor de ella sobre su piel, como si estuviesen grabados en fuego.
Un temblor sacudió la cueva. Esperaba incinerarse, como los otros dos, pero no sucedió. La mirada del apóstol que había puesto la piedra en su hombro era de absoluta incredulidad. Lo habían encontrado.
Se acercó el ritualista, líder de los apóstoles de las llamas. Lo soltó de sus ataduras y le entregó el Fuocoardente, la formidable arma con hoja de obsidiana bléizica, alguna vez utilizada por el último portador de las llamas que gobernó Estonbleiz, junto con el guantelete portador de la piedra, que este usaba para llevarla a todos lados y hacer uso de su poder.
CAPÍTULO 5: EL ESPÍRITU DEL VOLCÁN
Lo que por un momento fue calma y silencio volvió a arder en su interior con más intensidad que nunca.
Igno fue escoltado por los apóstoles de las llamas hasta la cima del Magmápyro. Todo en su interior le quemaba, se retorcía de dolor por lo que sentía, al punto de apenas poder mantenerse en pie.
El ritualista le indicó que alzara el guantelete con la Piedra Magmápyra, y así lo hizo. Un temblor mucho más intenso que el de la cueva volvió a azotar Magmápia. El cráter del Magmápyro comenzó a llenarse de lava y, desde ella, una figura gigantesca envuelta en llamas se alzó.
Todos los apóstoles se inclinaron ante la figura y permanecieron hincados mientras el ser se acercaba a Igno.
Emberor, espíritu del Magmápyro y protector de Estonbleiz, acercó lo que parecía la punta de uno de sus dedos llameantes al hombro de Igno, justo donde la Piedra Magmápyra había hecho contacto con su piel. En una suerte de conexión mágica, los ojos de Igno se iluminaron y lo que parecían recuerdos de su vida —de una vida más antigua de la que él pudiera haber vivido, incluso decenas de vidas, pero que de alguna forma sentía propias— comenzaron a recorrer y llenar su mente.
Rencores acumulados de cientos de años, ejércitos de hombres y mujeres de cristal, erupciones de lava, destrucción, venganza, ira.
CAPÍTULO 6: EL NUEVO EJÉRCITO DE CRISTAL
Los golpes en las puertas del castillo de obsidiana retumbaban por cada rincón. Piritio estaba en la sala del trono, resguardado por sus guardias, ya que no era muy hábil en el combate.
En cuanto las puertas cedieron, Igno y todo el grupo de apóstoles de las llamas que lo escoltaban ingresaron al castillo. Mientras los apóstoles contenían a los guardias, Igno fue directamente a enfrentarse cara a cara con Piritio Imposto.
Si bien no lo conocía en persona ni había escuchado hablar mucho de él antes de llegar a Estonbleiz, todas las memorias de Emberor lo hacían sentir que Piritio había sido su enemigo durante largos años, tanto él como todo su sucio linaje.
El odio y la ira fluían por las venas de Igno como lava ardiente, al punto de apenas dejarlo concentrarse.
Los ojos de Piritio se fueron vaciando de vida mientras Igno, con su guantelete, sentía cómo una llama intensa comenzaba a arder en su interior. Fragmentos de escoria volcánica brotaban desde su piel. Lo que hacía unos instantes era un ser humano —un falso rey— ahora era un engendro, mitad hombre, mitad piedra.
El lugar en el que había apoyado su mano con el guantelete mostraba una marca particular, con la que sentía una conexión, un vínculo directo con aquel nuevo ser.
Haber transformado a Piritio en escoria alivió ligeramente el ardor interior de Igno, aunque aún seguía allí.
Repitió el mismo proceso con los guardias, de cuyos cuerpos brotaron piedras de ónix negro. Tanto ellos como Piritio estaban ahora a su merced, a sus órdenes. Los sentía como una extensión de su mismísimo ser, con el poder de comandarlos… o destruirlos con solo apretar el puño y pensarlo.
CAPÍTULO 7: EL RENACER DE ESTONBLEIZ
El Magmápyro volvía a estar en actividad. Igno, el verdadero portador de las llamas, se sentaba por primera vez en años en el trono de obsidiana. El ejército de cristal comenzaba a alzarse nuevamente, poco a poco.
Las memorias de Emberor le habían dejado algo en claro: la única forma de calmar las llamas que ardían en su interior era que todo a su alrededor ardiera y fuese purificado. Mientras tanto, todo era furia. Todo era venganza. Todo era ira.
Este texto ha sido revisado en ortografía, gramática y puntuación con la asistencia de ChatGPT, pero la historia, los personajes, la trama y la creación original pertenecen y están registrados bajo copyright de Kingdom TCG™.